viernes, 9 de octubre de 2009

Ernestina y el experimento con las abejas

De Ernestina y su pata de palo

Ernestina Fuentes empezó a trabajar en el experimento de las abejas tres meses después de quedarse sin empleo, cuando escuchó sobre unos colibríes que se convertían en oro si tragaban miel. Pero no miel común, amarilla, sino una miel verde que producían los robles sobre las faldas de cierto volcán apagado. Ernestina había pasado la mitad de su vida impartiendo la materia de español en una escuela cuyos alumnos solían olvidar la lección del día anterior al día siguiente, y en la que ella siempre tenía que volver a explicar las cosas como si se tratara de la primera vez.
----A los siete años, el día que su padre la llevó por última ocasión a la vieja empacadora familiar de alimentos antes de vendérsela a un empresario chino, Ernestina perdió la pierna izquierda. Era la hora de la comida, y los trabajadores, antes de salir, habían dejado encendida la máquina más grande para impedir que sus motores se enfriaran. Para la niña la máquina era un gigante que respiraba y lanzaba alaridos asfixiados en el metal. Atraída por esos alaridos, mientras su padre y el empresario chino pulían los últimos detalles del acuerdo, quiso acercarse y encontrar la garganta, escaló por el costado y no había nada; y mientras escalaba oyó los gritos de su padre sin escucharlos, y al caer sintió que el cuerpo se le abría por la mitad sin sentirlo. Los engranajes devoraron su pierna. El miembro cayó exprimido. Deshilado.
----Cuando egresó de la Universidad como licenciada en Letras, el único empleo que pudieron conseguir Ernestina y su pata de palo fue como profesora de español en una escuela decadente, que ofrecía educación gratuita a todos los jóvenes mayores de veinte años y menores de treinta, desatendidos por las demás instituciones.
----El tiempo se enamoró del primer día de clases, repitiéndolo, y no se despegó de él hasta veinticinco años después. En ese período, el único éxito que alcanzó Ernestina como profesora consistió en haber descubierto que un muchacho de veinticinco años no tenía veinticinco años sino treinta y dos, y que su expulsión podía representar un ahorro potencial para la escuela. Lo expulsaron. Pero a los pocos días supo que el cuerpo de ese antiguo estudiante había sido hallado sin vida en el fondo de una barranca, y a causa de un arrepentimiento muy profundo, Ernestina decidió renunciar.

Del experimento con las abejas

Tres meses después, mientras surtía su despensa quincenal con el último dinero de su liquidación, escuchó, casi sin quererlo, a dos mujeres hablar de los colibríes que se convertían en oro si tragaban miel. Se trataba de un mito que nadie hasta entonces había conseguido desmentir ni validar experimentalmente, puesto que esta miel se producía nada más sobre las faldas de un volcán apagado, y puesto que ningún hombre se atrevía a emprender un viaje bajo las condiciones del frío inmisericorde y el terreno infiel. Por su parte, los zoólogos declaraban fehacientemente que “es imposible que un colibrí consiga volar, y mucho menos sobrevivir, en esas circunstancias. La idea de los colibríes dorados es totalmente imposible”.
----No para Ernestina. Sí para cualquier mujer con una pata de palo, pero no para alguien que carecía en realidad de todo tipo de certezas, y que estaba dispuesta a conseguir que los colibríes se convirtieran en oro no con miel de roble, sino a través de la crianza de abejas.
----Pero no sabía nada sobre abejas. Así que optó por contratar a alguien que sí supiera, y que al mismo tiempo le ofreciera la esperanza de pasar momentos gratos.
----Encontró a ese alguien en un centro de apicultura.
----Ese alguien se llamaba Beatriz; tenía veintidós años, ojos verdes, el cabello en estado de desorden laberíntico y unos senos pequeños pero erguidos que encantaron a Ernestina para siempre. Cuando sus miradas se cruzaron, Ernestina creyó que ese alguien había cedido irremediablemente a sus encantos: a la resonancia de su voz hablando de los colibríes dorados, o la estilizada manera en que arremetía su pata de palo cada vez que daba un paso. Pero se equivocó. Fue el desenvolvimiento de ideas que sobrevino a su mirada en la mente de ese alguien lo que provocó la atracción: fue porque ese alguien se sintió deseada, violada por decisión propia, y porque inmediatamente empezó a anhelar el tacto de aquella mujer en las profundidades de su cuerpo. Aunque ese alguien sabía que conseguir que las abejas produjeran miel verde era una empresa estúpida, la ilusión de una temporada de romance desmedido provocó que terminara entusiasmándose en el proyecto quizás con más decisión que la propia Ernestina.
----—Pero no te voy a pagar hasta que consigamos la miel verde —le advirtió.
----Cuando llegaron a casa lo primero que hizo Beatriz fue recostarse en el suelo y quitarse la ropa sin que Ernestina se lo pidiera. Imaginó entonces su desnudez absoluta, vista desde arriba, como si pretendiera inmortalizar el momento para utilizarlo en un futuro de soledad, y solo al cabo de varios minutos Ernestina se aproximó a la oscuridad de aquel cuerpo juvenil, lo excavó con impaciencia y alucinación, y se sumergió en él.
----—No pienses que vamos a repetir esto todos los días, muchacha. De ahora en adelante sólo nos vamos a ocupar de esa miel.
----Pero no sería así, y lo sabía. Ambas lo sabían. Todas las mañanas despertaban desnudas en la misma cama; todas las mañanas Beatriz lustraba la pata de palo con una dulzura a flor de piel, silbando melodías inexistentes y recitando versos compuestos en el último instante, mientras Ernestina, por detrás, trataba infructuosamente de encontrar algún sentido en el cabello de la muchacha. Únicamente al finalizar este ritual se disponían a trabajar.
----El primer paso del proyecto, que Beatriz elaboró con toda la seriedad que pudo, pretendiendo satisfacer las expectativas de su compañera pero al mismo tiempo, extender el período que la mantendría a su lado, consistía en comprar dos colmenas, abejas, y el material necesario para la recolección de la miel con el dinero que Ernestina consiguió al vender dos televisiones y una vajilla de cien años de antigüedad.
----Una vez instaladas las colmenas, lo suficientemente alejadas de la casa como para no correr riesgos mortales, planificaron.
----Como primera tentativa decidieron rociar las colmenas con una solución a base de agua, raíz de musgo machacada, saliva de rana y manteca de cerdo. Pero fracasaron. Las abejas murieron al día siguiente. Ernestina, entonces, se arropó con un llanto que se prolongó durante casi una semana porque había perdido la vajilla y las televisiones en beneficio de nada, aunque inicialmente sus intenciones iban más allá de cualquier sacrificio. Estuvo a punto de despedir a Beatriz, pero no lo hizo porque en la semana del llanto la muchacha restauró las colmenas y repuso las abejas con sus propios ahorros, de tal modo que el día que Ernestina dejó de llorar, Beatriz ya tenía en mente una nueva idea: rociar las colmenas con una solución a base de agua, jugo de caña, pulpa de mango y pulpa de fresa. Estaba segura de la inminente repetición del resultado, pero si la espera de éste se extendía por lo menos tres días más, haría todo lo posible porque esos tres días lograran consumar su relación de manera satisfactoria. Además, Ernestina no podía ser indiferente al apoyo que había mostrado su compañera en el proyecto, y lo más probable era que intentara hacer todo lo posible para satisfacer sus deseos.
----Los resultados se evidenciaron al otro día. Las nuevas abejas amanecieron muertas, y entonces sí, conducida por un impulso de rabia enorme, Ernestina se quitó la pata de palo y la lanzó contra su compañera, que cayó en el suelo con un hoyo en la frente y la cara pintada de sangre.
----Cuando se levantó y se encontró desnuda, casi cuatro horas después, Beatriz se metió a la casa. No había nadie. Esperó tirada en el piso jadeando la desilusión de sus actos, arrepintiéndose, al inicio, por haber abandonado su trabajo creyendo que el romance florecería por primera vez en su vida; y luego, por haber gastado todo el dinero que tenía, en una empresa que ella misma consideraba estúpida. Se durmió.
----Al despertar, descubrió a Ernestina acariciando su cabello, sonriéndole a su herida.
----—Espero que me disculpes por haberte dejado así —dijo—, pero tuve que vender toda la ropa para conseguir más dinero. Lo único que me quedó es el vestido que traigo. Si quieres te lo doy, aunque estoy casi segura que te sientes complacida por estar así enfrente de mí. ¿O no?
----Y más.
----—No te vayas a molestar, pero ahora la que va a encargarse del proyecto voy a ser yo. Ya rocié las colmenas con una nueva solución.
----—¿Con qué la preparaste?
----—Agua y vino tinto. Y sangre.
----—¿Sangre? ¿De quién?
----—Tuya.
----Las abejas comenzaron a reproducirse de manera asombrosa: al tercer día la cantidad se había triplicado y fue necesario pedir un préstamo para comprar cuatro colmenas más. Mientras se reproducían, alimentadas por la solución de agua, vino, y la sangre que Beatriz obtenía rasgándose las yemas de los dedos con una navaja, Ernestina satisfizo todas las exigencias de su compañera. Y la hizo feliz, y rieron, y juntas tenían la certeza de que en cualquier momento, aunque no produjeran la miel verde, contarían con tal número de abejas como para vender una buena cantidad y quedarse con otras tantas, comprar muebles nuevos y ropa nueva, armar un pequeño taller de producción de velas, cerrarlo o venderlo junto con la casa en cuanto hubieran obtenido la garantía económica del resto de sus vidas, y amarse hasta que una de las dos muriera, y entonces la otra envejecería disfrutando las delicias del mundo. Pero no fue así.
----Un día, cuando ni doce colmenas eran suficientes y Ernestina decidió encargarse de la recolección de la miel ella sola por primera vez, mientras Beatriz dormía con la mano reposando sobre la cicatriz de su frente y un colibrí aleteaba en torno a un rosal en el patio, todas las abejas escaparon de las colmenas, y como si se hubieran coordinado con varias horas de antelación, formaron un ejército, un gigante que parecía tener vida propia y que no dejaba de respirar. El gigante se abalanzó sobre el cuerpo de Ernestina y se oyeron los gritos de Beatriz sin escucharse. Y Ernestina sintió que el cuerpo se le partía en mil pedazos. Los animales la vistieron de negro. La pata se incendió, y luego todo su cuerpo ardió en llamas.
----Beatriz cayó de rodillas haciendo erupción en un grito que se hizo nada en el aire. Un grito ahogado.
----Las abejas se echaron a volar cuando el cuerpo de Ernestina quedó chamuscado por completo. Muerte. Aterrizaron sobre las faldas de un volcán apagado y armaron sus colmenas apoyándose en las ramas de los robles, y como consecuencia de su última ingestión, secretaron una miel verdosa que atrajo a unos cuantos colibríes y los convirtió en oro después de ser tragada.

viernes, 21 de agosto de 2009

Una ramita, una piedra y una barranca



Fui al campo, como varias veces he ido, y tomé esta foto. Al fondo de la barranca han crecido guayabos y amates, entre otros árboles. Recuerdo que una vez, cuando era niño, acompañé a mis hermanos y sus amigos a cortar guayabas en época de lluvias, me resbalé pisando una piedra, y caí en un charco de agua. Todos se burlaron. Ahora la miré desde arriba.

sábado, 18 de julio de 2009

Enfrentamiento



No siempre tiene uno la fortuna de hallarse en medio de un enfrentamento de nubes. Aquella tarde me pareció muy apocalíptica. Negro/Blanco. El cielo escondido; y yo, cubierto por la sombra de la nube que ganó.

jueves, 28 de mayo de 2009

Bolas de fuego

Ya lo pisamos: taladramos
el inocente camino
que no condujo a ninguna parte.

Cuando nos sumergimos en la lumbre
—¿te acuerdas, Cristina, del río ardiente?—;
cuando la rana te escupió saliva oscura
—¿te acuerdas?—. Allí nos detuvimos…

…y nos miramos. Estábamos hinchados,
parecíamos dos bolas de fuego. Luego
flotamos sobre el río.
¿Apoco ya no te acuerdas?

Sí, Cristina. No dejaste de llorar.
Me llenaste con tu hermoso llanto:
esa letanía que marchita los ojos y
me quiere. Que, vaya,

me trajo de regreso.
Más allá, miré bien, estabas
desnuda. Me acuerdo de tu piel fosforescente,
roja, malherida, ¿deliciosa? Te abracé,

pero seguiste llorando.
Balbuceando esa palabra asquerosa
—¿cuál era? Creo que amor—.

Y entonces, agarré la daga que habías guardado
en tu seno izquierdo y…

…eso no se me olvida:
nos convertimos en este idiota,
sinsentido, impotente sol
que no, que nunca, que jamás va a brillar.

viernes, 24 de abril de 2009

Los colibríes dorados

La miel verdosa se desprendía de los robles con un olor a jazmín que conquistaba a los colibríes. Se dejaba tragar hasta hacerlos cagar en pleno vuelo, pintarrajeaba sus plumas de un dorado brillante, y dos segundos después los mataba. Los huesos diminutos, las alas doradas se estrellaban contra el suelo. Se quebraban.

jueves, 16 de abril de 2009

Un aparato descompuesto

El primer paso de la rutina laboral de Octavio consistía en visitar al cajero y pedirle las facturas del día anterior. Luego, en su oficina, traspasaba todo al Libro Mayor, acompañado por la música de Brahms, de Bach, y de vez en cuando la de Rodrigo González. Más tarde realizaba las llamadas que había que realizar, abría su correo electrónico para leer comentarios, quejas y reclamaciones; y finalmente, si le daba tiempo, salía a atender el negocio él mismo. De paso convivía con sus trabajadores y aprovechaba la oportunidad de conocer a sus clientes.
----Aquel día las cosas se echaron a perder cuando empezó a traspasar. De pronto, mientras elaboraba un gigantesco dos destinado a formar parte de los millares de ganancias en la librería, las uñas de los dedos de sus manos desaparecieron. Se fueron. Antes del dos estaban, a la mitad del dos ya no. Octavio corrió apresurado con las manos levantadas y le preguntó nervioso al cajero:
----—¿Qué ves de extraño en mis manos?
----El muchacho evitó respuestas inmediatas y, pasados varios segundos, optó por pedirle a su patrón que fuera con un médico inmediatamente, que no se preocupara por el negocio. Que todo iba a estar bien.
----—Su problema no es grave —dijo el médico con toda calma—. Es algo que no sucede con mucha frecuencia, pero no hay de qué preocuparse todavía.
----Octavio tuvo la sensación de haberse sumergido en un manantial de aguas tibias. Escuchar eso de la boca de un médico anciano, que atendía en una oficina repleta de diplomas, reconocimientos y fotografías de otros médicos ancianos, era suficiente para estar tranquilo.
----—La nueva generación de humanos —continuó el doctor—, como usted debe saber, cuenta con un sistema operativo muy complejo. Elegir entre ser hombre y ser mujer de un momento a otro, cambiar la apariencia física y etcéteras, provoca que este sistema llegue a fallar en ocasiones. No pasa con mucha frecuencia, y de hecho en los últimos dos mil años su caso será quizá el número doscientos. Pero hay solución.
----Otro manantial de aguas tibias.
----—Cuando esté solo en su casa, lo que va a hacer es apagar luces y cerrar ventanas. Luego, de preferencia de pie y frente a un espejo de cuerpo completo, en la oscuridad se va a desnudar, va a contener la respiración y a mirarse detenidamente. Al hacer esto tiene que encontrar una lucecilla azul que parpadea debajo de su piel. Puede estar en cualquier lado; por eso es necesario que se mire con paciencia. Sigue conteniendo la respiración, y solo cuando encuentre esta luz, y presione fuertemente sobre ella, recupera el aire.
----—¿Y entonces?
----—Permítame explicarle. Al presionar sobre esa luz con mucha fuerza, escuchará que una voz femenina le pregunta si desea realizar el proceso de reformateo. Usted debe responder que sí desea realizarlo. Luego, la misma voz le dará la opción de reformateo destructivo y la de modo de recuperación de archivos de personalidad. Usted selecciona la segunda. Instantáneamente el proceso de reformateo iniciará, y para cuando termine, todos los problemas se habrán solucionado.
----En casa, Octavio se paró frente al espejo y descubrió la luz azul justo en la muñeca de su mano derecha. La presionó con fuerza, entonces.
----Bienvenido al proceso de reformateo de su sistema operativo Perfect Human Life. ¿Desea realizar el proceso, o quiere cancelarlo en este instante?
----Deseo realizar el proceso.
----¿Desea que el proceso se lleve a cabo en el modo de destrucción-de destrucción total, o prefiere el modo de recuperación de archivos-archivos de personalidad?
----—Un momento, por favor. ¿Me puede repetir la pregunta?
----Correcto. El proceso se realizará en el modo de destrucción total, y habrá finalizado en cinco, cua-cuatro, tres, dos, uno.